Anda, la muerte

Una mujer tropezó pero no hubo fractura. Hoy paseaba por la calle, tutelado por un señor de negro que me asignó el Estado. ¿Dónde se fue a parar el libre arbitrio? Me encanta el libre arbitrio. Un problema gordo, de eso no hay duda. Para no ver la muerte que se acercaba unos señores abolieron el juego del dominó durante toda la tarde. Yo no existo, no hay sujeto. Mis dientes amarillean, como si fuera en una clase de botánica. Tengo amigos asesinados en puertos del Mediterráneo, digamos Nápoles o Constantinopla. Yo no creo en la amistad ni en la violencia. Un bar abierto, ¿entramos? Pagamos y nos vamos. ¿Llevas puesto el cinturón de caramelos? Podríamos arrojarlos ahora en el paso de cabra. Tal vez se detenga una señorita a recogerlos y el sol se detenga. Tantos escaparates. Ay, la prosa, la prosa. Los adverbios y las conjugaciones. Todo va como la mierda. Pero no soy supersticioso. Una cosa piensa y otra cosa habla. Digamos que eres una funeraria y que giro la cabeza para no verte, aunque no soy supersticioso. A lo lejos una cordillera: toda mirada a un punto muy lejano se convierte en una charla radiofónica sobre una exposición de gente desequilibrada.

2 comentarios:

  1. Me gusta la idea de pasear tutelado por el estado con tus números tatuados en el DNI saludando a desconocidos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Desconocidos que también son tutelados por un señor de negro que a su vez es tutelado por otro señor de negro y así hasta el infinito.

      Eliminar