Supongo que Roquentin

Estaba acercándose a  la oficina. Eran casi  las 8 de la mañana.  Se acercaban frente a  él  sus dos compañeras. Sincronizados por el horario los tres tenían el mismo destino: un asiento en ese local abierto al público. Con un relámpago de lucidez sintió que aquel encuentro era absurdo, que no tenía ningún sentido, que esas dos personas le eran ajenas, totalmente desconocidas y que no sentía ningún afecto por ellas. Eran relaciones regidas por un mecanismo automático, por el engranaje social, por un idiota
Y tenía que verlas todos los días, durante años, durante siglos.

La momificación

La catastrófica situación social y económica de España se podría resolver o al menos paliar si se aplicara esta modesta proposición (dicho a la manera de Swift): a los pocos trabajadores que queden podrían momificarlos en sus puestos de trabajo (fuera de la jornada laboral) para abaratar los costes. Si se congelan los salarios, ¿por qué no momificar a los trabajadores? Esta medida correctora se podría extender a los parados. Ellos podrían momificarse en sus casas -los que las tengan. De esta manera reducirían considerablemente los gastos domésticos; es sabido que una momia no requiere alimentación, ni higiene. Lo malo es que se reduciría el consumo, para lo solucionar lo cual propongo que también se momifique a los dependientes de comercio y a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y a los funcionarios del ministerio de Hacienda y a los interlocutores sociales y a la Familia Real y a los senadores y a los diputados y a los deportistas de élite.

El látigo

Los escitas que regresaron de una larga guerra se encontraron con la oposición de los hijos que sus mujeres habían tenido con los esclavos. Iban perdiendo batalla tras batalla hasta que uno de ellos tuvo una idea: no les mostremos las espadas ni los arcos, vamos a llevar el látigo en la mano, así recordarán que son esclavos.
Al verlos así sus enemigos tiraron las armas y huyeron. Esto se podría llamar "indefensión aprendida". Toda relación entre los hombres está basada en alguna forma de poder. Ese poder a veces se ejerce de una manera sutil, simbólica, pero no menos cruel. El tono con que el jefe le pregunta al empleado: "¿por qué llamas a la puerta?" significa, en realidad: "¿por qué llamas a la puerta, imbécil?"

Las estrellas tampoco

El astrónomo Brian Schmidt dice en una entrevista que la tasa de nacimiento de estrellas se está desplomando. Traducido al román paladino: antes, hace unos 10.000 millones de años, sí que nacían estrellas, pero ahora nacen muchas menos y es una pena, la verdad. Con lo bonitas que son.
Añade mr. Schmidt que la mayor parte de las cosas que han de suceder en el Universo ya han sucedido. Si el universo no tiene futuro, entonces apaga y vámonos. ¿A dónde? ¡Y yo qué sé!

Vocación frustrada

Su deseo intermitente y tenazmente aplastado por la realidad era haber satisfecho una de sus vocaciones frustradas: ser profesor de griego en un instituto alemán de una ciudad de Baviera, a ser posible Munich, que tiene la mejor red de transportes públicos del mundo y es la sede mundial de seguros Allianz, de Siemens y de BMW. Los fines de semana conduciría su BMW (los alemanes sí pueden conducir estos coches sin ostentación, algo vedado a los españoles) y en tres horas se plantaría en el norte de Italia, atravesando bellísimos paisajes. A orillas del lago de Garda visitaría la casa de Catulo. En vacaciones viajaría con Lufthansa a las islas griegas con una edición de Píndaro, pasaría semanas en Roma saludando en latín a las estatuas. Como nació en la prosperidad general de los sesenta no estaría afectado por el virus del nazismo, para él sería un recuerdo incómodo pero no lacerante: la foto de su abuelo materno, prestigioso abogado de Nuremberg, con la insignia nazi estaría guardada en un cajón bajo llave, como sagrada reliquia familiar. Un tremendo sentimiento de superioridad, la certidumbre de pertenecer a la culta y rica Alemania, iluminaría su poderosa, optimista sonrisa.

Farturas y esqueletos

Justo enfrente de la puerta del pequeño restaurante está la puerta del pequeño cementerio. Con la barriga satisfecha y la cabeza nublada por el rioja entró decidido y contento en el cementerio. Compadeció a esos muertos que ya no podían disfrutar del pote asturiano ni del cachopo. "No saben lo que se pierden... o lo habrán olvidado". Una de la tumbas tenía una inscripción que le llamó la atención: Antonio García Miranda, Catedrático de Oftalmología, muerto en Nueva York, a los 36 años. ¿Qué peripecia vital había llevado ese hombre que dormía en ese cementerio rural?

El médico oftalmólogo Antonio García Miranda nació en 1910, en San Martín, villa del concejo o municipio asturiano de Teverga.
Tras finalizar la carrera de Medicina en 1932 en Madrid, asistió, como pensionado, a un curso de Oftalmología en las Universidades alemanas de Wurzburg y de Berlín. Así mismo, haciendo prácticas, trabajó al lado de su maestro, el doctor Díaz-Caneja, en la Casa de Salud de Valdecilla. Es en esa época cuando publica varios trabajos, entre ellos Lesiones oculares naftalínicas experimentales, La autohemoterapia intramuscular en los procesos tuberculosos del segmento anterior del ojo y La ambliopía estrábica y su tratamiento. En 1941 obtiene por oposición la cátedra de Oftalmología de Granada y en 1944 logra la plaza de oftalmólogo de número del Instituto Oftalmológico Nacional, la cual desempeña hasta su fallecimiento. Por entonces, continúa colaborando en revistas profesionales.
Víctima de una anemia perniciosa, fallece Antonio García Miranda en el Medical Center de Nueva York el 22 de junio de 1946. Por orden del Gobierno español, sus restos mortales fueron trasladados a Teverga, donde sus vecinos le tributaron un homenaje con la erección de un busto en su San Martín natal, donde era popularmente conocido como Antonín, el de don Paco.

Heródoto


Así era el mundo según Heródoto. El Nilo nace aproximadamente en Marruecos, el Danubio por ahí, hacia el oeste. El mundo, o la ecúmene, tenía unas proporciones que hoy le faltan. Europa era más grande que Asia, como debería ser. Libia es África (el sueño de Gadafi). A lo largo de los siglos la historia ha seguido el curso del sol, un curso heliodrómico, hacia el occidente. Heródoto no conoció Nueva York, ni Sao Paulo, pero estuvo en Babilonia que por lo que cuenta no debía de ser menos impresionante. Con Heródoto pasa lo contrario que con los geógrafos actuales: carece de precisión pero tiene mucho encanto. El GPS y Google Maps ahogan la fabulación, el mito, la aventura, lo indefinido.

Arrojados al Mundo

En la calle oigo a una mujer joven que dice sonriendo a otra como excusándose por algo: "yo no pedí nacer". Seguramente esta señora no conoce a Heidegger, pero creo que Heidegger sí la conoce a ella.

Evaluando

El chico está haciendo prácticas (gratuitas por supuesto) en nuestra empresa. Estará tres meses. Cada día tiene que rellenar una hoja con las actividades que realiza para la evaluación de su trabajo. Echo un vistazo a su caligrafía casi infantil y me encuentro con estas notas:

A las 09.37 entró una chavala despampanante a la que tuve que atender como si yo fuera un trozo de mármol antropomorfo. Estuve a punto de arrojarme sobre su cuerpo.

A las 10.24 mientras atiendo a un señor que no debe de haberse duchado desde hace meses me viene a la mente este frase: filosofar es aprender a morir.

A las 12.35 el jefe se me pone delante del mostrador, como si fuera otro cliente, y me anima a preguntar cualquier duda que tenga. Al sonreír muestra una dentadura siniestra. 

Son las 13.45 y esto empieza a resultar insoportable. Me pregunto qué educación me han dado para que tenga que considerar a esto una manera honorable de ganarse la vida.

Quedan cinco minutos para terminar la jornada. Voy al baño a mear. Cuando vuelva serán cinco minutos más tarde que antes y tendré que despedirme de estos esclavos.

Europa es una vieja prostituta.

Estas notas confidenciales que el azar y la indiscreción han puesto ante mi vista me hacen pensar que el chico no conseguirá superar las prácticas y que pasará a engrosar perpetuamente la lista del paro y tal vez la de la población reclusa.


Somos muy importantes

En una farmacia oigo que la dependienta le dice a un hombre de mediana edad que pide una vacuna para la infección de orina: "ahí te dan las bacterias personalizadas".
Supongo que quiere decir que le hacen un cultivo bacteriano. Tener las bacterias personalizadas, como la tarjeta de crédito o el ataúd, debe de ser un orgullo sensacional. Me encanta esta época.

El animal que habla

En el comedor del restaurante no tengo a nadie que me acompañe. Estoy rodeado de mesas, comiendo en un rincón. Me gustan los rincones cuando estoy en un lugar público, son muy buenos puestos de observación. La televisión, que preside en una esquina, alta, como una antigua imagen románica, tiene apagado el volumen. Emite imágenes absurdas. No distingo ninguna conversación, pero el tono (estamos en España) es alto. Alguna palabra suelta, nada más. El murmullo general es ininteligible, pero en cada mesa-isla se entienden entre sí. O creen entenderse. La boca que pronuncia palabras es la misma que traga los alimentos. Dicen al ritmo de la masticación pensamientos digeridos.

Desapariciones

Un diario conservador dice que "España llora a Sara Montiel". Bueno, no será para tanto. Y ahora me entero de que ha muerto el domingo, de forma discreta, despedido en la intimidad, sin manifestaciones públicas de duelo, José Luis Sampedro. Me dan ganas de decir de él lo que Fray Luis decía de Cristo: "cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas." Me parece que este hombre a sus noventa y tantos años ha muerto en plena juventud.

Qué ganas de saber

Para determinar la causa de la muerte han exhumado los restos del poeta Pablo Neruda. ¿Fue víctima de Pinochet o del cáncer? Aunque a él ya no le importe demasiado a ciertos vivos, entre los que me cuento, esta ceremonia nos parece macabra; un argumento a favor de la incineración. Einstein temía que fueran a hurgar en sus huesos y dejó indicado que lo metieran en el horno crematorio, como a tantos de su raza. No quiso tumba a la que se pudiera peregrinar. Que lo busquen ahora los forenses y reconstruyan sus tejidos con los átomos del universo.

Ariosto

Un amigo me empujó a leer el Orlando Furioso de Ariosto, libro al que tenía ganas desde hace años. No es poco lo que contribuye al deleite de la lectura la fabulosa, extraordinaria traducción de José María Micó. La traducción pane lucrando es una manera legítima de ganarse la vida, pero traducir también puede ser un acto de amor. A veces un gran traductor es capaz de resucitar a un clásico o de introducir en una comunidad lingüística diferente a un autor extraño de mucha categoría. Sucedió con el Plutarco de Jacques Amyot. Este francés contemporáneo de Montaigne dio a conocer en toda Europa al griego sólo conocido por unos cuantos eruditos. Como es sabido la versión francesa de Amyot de las Vidas Paralelas se trasladó al inglés. Shakespeare, deficiente en lenguas clásicas, se inspiró en este libro para las tragedias romanas como Julio César, Coriolano o Antonio y Cleopatra.
Orlando Furioso, el largo poema épico, fantástico, novela en verso llena de aventuras, magos, hadas, guerreros y animales fabulosos es, gracias a Micó, un libro vivo que cautiva desde el primer verso. Tengo entendido que el esfuerzo de traducir el Furioso le ganó a Micó una lumbalgia crónica. Estamos dispuestos a pagarle las sesiones de fisioterapia.

Diálogo sobre los dos máximos

La mente no es el pensamiento, la mente es lo que pensamos sin darnos cuenta: vemos un cuerpo atractivo y sentimos deseo; vemos un escaparate y apetecemos el brillo de los objetos. Vemos un rostro entre la multitud y sentimos un estremecimiento de terror o asco. La mente discurre con el tiempo, nunca está quieta, es inestable como el mar y la atmósfera. Va de un lado a otro y no se detiene en nada. Las conversaciones telefónicas, la prisa, las aglomeraciones, el ruido, las noticias, la publicidad, el tráfico son enemigos de la paz mental. Nuestra civilización parece organizada por un inteligencia que pretendiera sacarnos de nuestras casillas. No nos ensimisma, sino que nos enajena. Sentimos horror del silencio y la soledad. Lo curioso es que no hay mayor soledad que la de la multitud.

Discutir

En las conversaciones, si son animadas, se discute, se mantienen puntos de vista diversos, opiniones encontradas. Ahora con internet, todo lo que sean datos o información precisa ha dejado de ser motivo de debate. ¿Discutimos sobre la mayor ciudad de Brasil? ¿Entre qué años estuvo funcionando el GULAG? (Esta, desde luego,  no es una discusión muy frecuente). La habilidad dialéctica no tiene sentido: miramos la wikipedia y se acabó. La información es inapelable. Claro que esto no significa que lo sepamos todo. Sólo podemos llegar a saber  lo que alcanzamos a ignorar.