Dulce sueño

Ven, dulce sueño. Sueño que caes sobre los soldados en las trincheras, entre los escombros; sueño que te posas sobre los enfermos terminales, sobre los desgraciados en el amor, sobre los ciegos, los solitarios, los tontos, los locos, los felices y los desesperados; sueño que te posas sobre los poderosos y los mendigos, sobre los cansados de esta vida. Ven, dulce sueño. 

Del rebuzno de un burro

Ahora tengo que escribirte algo más de mi viaje. ¿Sabes que tu amigo ha estado muy cerca de la muerte? No te asustes, estuvo cerca, pero aún está vivito y coleando. Al día siguiente, después de que dejara en el correo de Gotinga mi carta para tí, partimos de esta ciudad hacia Frankfurt. Cinco millas antes de este lugar, en Butzbach, un pueblecito pequeño, nos detuvimos de mañana delante de una posada para darles de comer a los caballos, por lo que Johann soltó las riendas y seguimos sentados tan tranquilos. Mientras Johann estaba en la casa se acerca a nosotros por detrás un tiro de caballos de Steineseln y uno de ellos dió un relincho tan horrible que hasta nosotros, si no fuéramos tan racionales, nos hubiéramos desbocado. Pero nuestros caballos, que tienen la desgracia de no poseer Razón, se encabritaron y echaron a correr con nosotros como locos sobre el empedrado. Intenté agarrar las correas, pero las riendas estaban sueltas sobre el pecho de los caballos y antes de que tuviéramos tiempo de pensar en el enorme peligro nuestro ligero coche volcó y caímos. ¿Así que una vida humana depende del rebuzno de un burro? Si ése hubiera sido el fin, ¿para eso habría vivido? ¿Hubiera sido ésa la intención del Creador en esta oscura y enigmática vida terrenal? ¿Para eso habría tenido que aprender, actuar y nada más? Bueno, pero no pasó nada. Con qué fin el Cielo me ha concedido algo más de tiempo... ¿quién puede saberlo? En resumen: nos levantamos del suelo los dos, sanos y salvos, y nos abrazamos. 

Kleist, carta a Wilhelmine, 21 julio 1801

Leopardi en Roma

Me preguntas si en las dos semanas que llevo en Roma he gozado siquiera un momento de fugitivo placer, de placer robado, previsto o imprevisto, exterior o interior, turbulento o pacífico, o vestido bajo una forma cualquiera. Te responderé en buena consciencia y te juraré que desde que puse el pie en esta ciudad jamás una gota de placer ha caído sobre mi ánimo, excepto en aquellos momentos en que he leído tus cartas, las cuales te digo, sin exageración ninguna, que han sido los momentos más bellos de mi estancia en Roma.
El hombre no puede vivir en absoluto en una gran esfera, porque su fuerza o su facultad de relación es limitada. En una ciudad pequeña podemos aburrirnos, pero al final las relaciones entre hombre y hombre y con las cosas existen, porque la esfera de las mismas relaciones está restringida y es proporcionada a la naturaleza humana. En una ciudad grande el hombre vive sin ninguna relación con aquello que lo rodea, porque la esfera es tan grande que el individuo no la puede llenar, no la puede sentir entorno suyo, y en consecuencia no hay ningún punto de contacto entre ella y él.  De aquí se puede conjeturar cuánto mayor y más terrible es el tedio que se siente en una ciudad grande que en una pequeña ya que la indiferencia, esa horrible pasión, o más bien "despasión" del hombre, tiene verdadera y necesariamente su principal sede en las ciudades grandes, esto es, en las sociedades muy vastas. La facultad sensitiva del hombre en estos lugares se limita sólo a ver.
La única manera de poder vivir en una ciudad grande y que todos, antes o después, están obligados a seguir, es la de hacerse una pequeña esfera de relaciones, permaneciendo en una indiferencia total hacia el resto de la sociedad. En otras palabras: fabricarse dentro como una pequeña ciudad dentro de la grande, permaneciendo inútil e indiferente al individuo todo el resto de la misma gran ciudad.

Leopardi, carta a Carlo Leopardi, 6 diciembre 1822

Kleist en París

Claro que hay vida... pero en París se está tan bien como un muerto. Cuando abro la ventana no veo más que la pálida, apagada y sosa ciudad, con sus altos y grises tejados de pizarra y sus chimeneas amorfas; veo algo de las Tullerías, y muchos hombres que se olvidan tan pronto dan la vuelta a la esquina. No conozco a ninguno, no amo a ninguno y no sé si amaré a alguno de ellos. Porque en las grandes ciudades los hombres están demasiado escarmentados para ser abiertos, son demasiado finos para ser auténticos. Son actores que se engañan mutuamente, y actúan como si no se dieran cuenta. Pasan fríamente los unos ante los otros, se abren paso por las calles entre un montón de individuos para los que todo es indiferente salvo lo suyo. Antes de tener una impresión, ésta ya ha sido arrastrada por otras diez; nada se liga a nada, nada se liga a nosotros. Se saludan cortésmente, pero aquí el corazón es tan inútil como un pulmón en un campana de vacío, y si se escapa por casualidad una emoción ésta se extingue como el sonido de una flauta en un huracán. 

Kleist; carta a Karoline von Schlieben, 18 julio 1801

La Günderode

El pensamiento de poder perderte me era dolorosísimo. Temía que tu Yo y el mío tuvieran que disolverse en la materia primordial del mundo; luego volvía a consolarme pensando que nuestros elementos amigos, obedientes a las leyes de la atracción, se buscarían por el espacio infinito y se harían compañía mutuamente. Así luchaba en mi alma la esperanza y la duda, el valor y el desánimo. Pero el destino quiso que siga viviendo. Pero, ¿qué es la vida? Este bien que se abandona y se obtiene. Me pregunto a menudo: ¿qué significa que de la totalidad de la naturaleza un ser se separe con su conciencia y arrancado de ella sienta por sí mismo? ¿Por qué se fija con semejante fuerza a sus pensamientos y opiniones, como si fueran eternos? ¿Por qué puede el hombre morir para ellos, pues para él mismo se pierden con su muerte estos pensamientos? ¿Y por qué si, no obstante, estos pensamientos e ideas mueren con el individuo; por qué se producen una y otra vez e insisten a través de una fila de generaciones sucesivas hacia la inmortalidad en el tiempo? 

Karoline von Günderode, Carta a Eusebio

Léopoldine

Gran poema de Víctor Hugo. Hay que descubrir jóvenes talentos. Una pena corroe al autor: la muerte de su hija, ahogada en el Sena a los 19 años, junto con su marido. Pareja de recién casados. La barca zozobró en un día de calma. Lo que queda del naufragio es esto.

Demain, dès l’aube, à l’heure où blanchit la campagne,
Je partirai. Vois-tu, je sais que tu m’attends.
J’irai par la forêt, j’irai par la montagne.
Je ne puis demeurer loin de toi plus longtemps.

Je marcherai les yeux fixés sur mes pensées,
Sans rien voir au dehors, sans entendre aucun bruit,
Seul, inconnu, le dos courbé, les mains croisées,
Triste, et le jour pour moi sera comme la nuit.

Je ne regarderai ni l’or du soir qui tombe,
Ni les voiles au loin descendant vers Harfleur,
Et quand j’arriverai, je mettrai sur ta tombe
Un bouquet de houx vert et de bruyère en fleur.