Modesta ambición

Quizá nuestra época, tan difícil de comprender, parezca el colmo de la sofisticación. Para cualquier mortal su tiempo es difícil de comprender. Todo lo contemporáneo es miope. Necesitaríamos unos 300 años para saber cuáles son las ideas fundamentales de nuestro tiempo, pero nadie vive tanto. Otra ventaja sería confiar esta tarea a los marcianos. Ellos podrían examinarnos "desde fuera". Pero tampoco lo veo posible. Ah, estamos limitados, tenemos una venda en los ojos. Nos falta perspectiva. 
         Una idea al vuelo: el cristianismo de los primeros siglos (hasta Constantino más o menos) fue mucho más ambicioso que nuestro tiempo tecnológico y digital. Aquellos fanáticos sin internet creían en la vida eterna, en la inmortalidad del alma, se la exigían a su Cristo. Esperaban la llegada inminente del Reino del los Cielos. ¿Hay mayor ambición? Hoy somos más modestos: nos contentamos con un nuevo modelo de móvil o un seguro de coche más barato. Si logramos un trabajo medianamente digno, entonces el delirio es total. De trascendencia, ni rastro. Todo de tejas abajo y muerto el burro la cebada al rabo. 
        Ah claro, se me olvidaba el socialismo: por fin la justicia en la Tierra. Legítima, gran ambición, por supuesto. Hace 100 años podría pasar, pero ¿quién se traga ahora ese camelo viendo a los socialistas de hoy levantando el puño, haciendo el espectáculo, en el ubicuo plató de TV que es nuestra realidad?

Palabra de Dios

Cuando se está de mierda hasta el cuello sólo queda recitar el teorema de Bolzano-Weierstrass.

La cárcel

Se levanta de la silla. Se arrima a un rincón y observa el apartamento donde vive. No hay televisión. Es de noche. Camina con pasos lentos, sólo es visible la brasa del puro. En el pasillo hay once puertas. Se da la vuelta, mira desde unos metros el haz de luz que sale de la puerta de su apartamento. Camina despacio por el pasillo, sabe que está haciendo algo excéntrico pero saludable. Hay 7.000 millones de humanos en la Tierra.

Gunnar Gustavsson

El antropólogo sueco Gunnar Gustavsson (1910-1967) escribió a finales de los años 40, anticipándose a la posmodernidad, que las relaciones humanas iban a convertirse en un plazo muy breve en algo cada vez más fantasmagórico, siniestro y abstracto y que esta nueva forma de relacionarse iba a ser origen de serios trastornos mentales. Las causas de esta transformación serían la industrialización, la tecnología, las aglomeraciones urbanas, la sociedad de consumo y las dos guerras mundiales que, según él, redujeron el valor del individuo a cero. Gustavsson está muy próximo a la crítica de la Escuela de Francfort, pero es más incisivo aún. A Theodor W. Adorno lo llamaba burlonamente "el mantecoso Teddy". Se puede entender que un pensador "excéntrico" que observaba el mundo y sus cambios desde Escandinavia tuviera esta lucidez. Con distancia se analizan mejor las cosas. Vendrá el día, afirmaba, en que los individuos, reducidos a egos cibernéticos, finjan construir, en una operación de formidable autoengaño, relaciones amistosas o eróticas a través de los medios que les ofrezca la tecnología (¿tendría en mente internet y las redes sociales?). A Gustavsson, que se declaraba "reaccionario", el esfuerzo inútil y agotador de los egos cibernéticos por establecer y prolongar relaciones sentimentales mediatizadas por la tecnología le parecía horroroso. "Cuida de tus hijos y olvida los fantasmas románticos" solía repetir. También veía en estos medios la posibilidad de calumniar, difamar, ofender y herir impunemente amparándose en el anonimato. "Es más mil veces más sano, solía decir a sus alumnos, discutir acaloradamente (se entiende que sin violencia) con alguien presente y concreto que viva en tu pueblo que felicitarle el Año Nuevo a una comunidad abstracta de egos que ni conoces ni te importan" 
      Habló de la "fractura moral" que esta clase de relaciones iba a producir. Otras expresiones que acuñó fueron "el eclipse del amor" y "trampa sentimental" Hoy estamos de lleno en ese universo tenebroso y confuso que vislumbró Gustavsson. Este antropólogo murió corneado por un reno en diciembre de 1967. El instituto de ciencias sociales de Upsala lleva su nombre.

De la vida honrada y las bendiciones que reporta

Hubo que retroceder, esconderse, huir, inventarse otra identidad. Como tantos otros compañeros deformé mi cara, me inventé un nombre, rehice mi vida en el Nuevo Mundo. Borré mi pasado. Fui un hombre trabajador, un sencillo carpintero. ¿Hay profesión más hermosa? Me he ganado la vida honradamente. Soy un tierno viejecito y mis facultades físicas y mentales están mermadas por la edad. Ahora venid a juzgarme.

Multitud

Alguien o ninguno. Da lo mismo. Se abre paso entre la gente, siendo gente. Oye al pasar conversaciones: problemas personales, dinero, dinero, críticas a un conocido, juicios, sueños. La vida tiene un radio estrecho, nuestra pequeña cueva en el mundo. Oye desde la ventana decir a alguien: "la crisis hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres" Es de noche: Sirio y Orión en el cielo, ajenos a la miseria humana, es lo suyo. Ve a alguien en su piso lavar un vaso, un tipo gordo y calvo que nació muy pequeño y jugaba en el parque hace poco. Futilidad total. Un extranjero, alguien o ninguno, pasea entre la multitud de una ciudad cualquiera. Nadie le conoce, no conoce a nadie. Es superfluo y lo sabe. Oye conversaciones sueltas al pasar. Un tipo airado le insulta desde una furgoneta. Mujeres arregladas y presumidas. Niños con su imbecilidad deliciosa, jugando a la pelota. Un grupo de viejas: "dios la ayuda porque ha sufrido mucho". Alguien o ninguno pasea por una ciudad cualquiera de este planeta minúsculo. Todos morirán dentro de poco, otros vendrán para repetir las mismas conversaciones, los mismos insultos y traiciones, las mismas ilusiones y agonías, las mismas locuras. Generación tras exterminio. Alguien o ninguno pasea entre la multitud. Le son indiferentes. Si uno cayera fulminado se abriría un círculo de pánico y curiosidad morbosa. El tráfico irrumpe entre los huesos frágiles. Es mediodía: se oyen platos. Es de noche: las calles desiertas. Alguien o ninguno pasea entre la multitud, con apatía y rabia contenida, sombra anónima. Camina por ese laberinto como el flaneur del poeta. Oye conversaciones banales: hablan de dinero, negocios, critican a un pariente. Sueños. Entre el ayer y el hoy, entre el hoy y el mañana y el antes y el después y el siempre y el nunca. Nada. Duramos un momento. Mientras tanto nada. Alguien o ninguno. Da lo mismo.                                    Estrellas impasibles, amorosas, ni siquiera eternas. Sublimes. Policía. Ancianos. Niños. Escaparates. Ratas. Historia. Olvido. Café. Miradas de deseo, temor y asco. Publicidad. La misma eterna comedia. El mismo tedio eterno. La misma inquietud. Alguien. Ninguno. Nadie.

El dedo todopoderoso

Nuestro maravilloso cerebro manda la señal a los nervios que accionan los músculos del dedo. De la masa gris donde duermen los recuerdos de infancia y acaso el enunciado del teorema de Arquímedes parte la orden a la provincia exterior. Como si desde Roma se enviara un edicto imperial a las legiones de Mesopotamia. El dedo índice de la mano derecha aprieta el botón del ratón y se dispara automáticamente la llamada. Así acuden, como palomas llamadas por el deseo, las figuras que esperan en el centro de la sala y miran la pantalla que emite imágenes obsesivas, repetitivas, obsesivas, repetitivas. Esto es una manifestación del amor (el amor es un tormento) y su poder de atracción. No fueron más dóciles a Cristo sus discípulos, ni más atentos estuvieron los jóvenes de Atenas a Sócrates, que estas figuras lo están a la llamada. Se le llama "turno" no "vocación". RC-098 El mecanismo es admirable: cada figura que entra recoge un papelito con una clave: dos letras un guión y un número. Delicia cartesiana. El sistema es ordenado, impecable, práctico y de una exquisita humanidad. Es una realización de la justicia. Hasta el detalle de postergar a las figuras que no pertenecen a la secta está perfectamente calculado. Los no iniciados en los misterios se van cubriendo de vergüenza, indignación, telarañas, pasmo y apetito de venganza. Su queja inútil termina en resignación. RN-001. El formidable dedo de la Capilla Sixtina, ese dedo divino que anima a la criatura de barro, no tuvo tanto poder como el dedo que aprieta el ratón y llama a las figuras que esperan en el centro de la sala, mirando a la pantalla y acuden como palomas llamadas por el deseo.

De la tontería propia y ajena

Cacarear en una oficina de banco. Saltar a la comba en un velatorio. Intimidar a un mirlo. Contar las manchas de grasa en la chaqueta de un presumido. Elevarse en un globo de feria. Charlar de física cuántica con el mendigo del barrio. Despertar a un catatónico. Escupir al Guernica de Picasso. Interrumpir una conversación bajándose los pantalones. Parar el tráfico con una cabra al hombro. Preguntar a un policía por su familia. Disertar en un bar sobre el "Contra Celso" de Orígenes. Caminar de espaldas. Poner un paraguas abierto encima de un cajero automático, pero por dentro. Abrir una lata de cerveza con un libro de Pérez-Reverte. Cantar el himno de Albania en la ducha. Llamarse Francisco. Dedicarle una elegía al músculo buccinador. Orinar contra el viento. Gritar "viva Robespierre" subido en una noria. Empapelar con musgo el Congreso de los Diputados. Afiliarse al Partido Comunista. Hundir a bastonazos un portaaviones. Insultar a la luna. Tener un ataque de ansiedad en una clase de yoga. Negarse a ser un títere. Explicar a una tortuga el Código Civil. Intentar ser amable con un escorpión. Abrazar a Rajoy. Enfriar a soplidos un reactor nuclear. Darse importancia. Escribir tonterías en un blog.