Superfluo y divino

Ahora está en un cuarto claustrofóbico, las paredes son sucias, no cuelga de ellas ningún cuadro de Van Gogh (piensa en Van Gogh y no en Picasso porque siente simpatía por ese desgraciado). Dentro del cuarto, en una esquina, hay una caja fuerte. Es admirable la inteligencia humana. La caja es su función: guardar algo valioso en su interior. Es, por tanto, maciza, hermética. Sólo puede abrirla quien conozca el secreto de la clave. Nos movemos entre objetos que no fueron pensados ni fabricados para nosotros, entre cosas prestadas. ¿Quién hizo las ropas y el calzado que llevamos? ¿Quién hizo nuestro cuerpo? Iluminado por el asombro, descubre la trampa en la que se encuentra y se mete dentro de la caja fuerte. Desprecia la electricidad, aunque admite su incalculable valor: nada funciona sin ella. Bien. La cosa avanza. Sigamos. Se cierra sin pillarse los dedos. Aspira a ser feliz. Tiene autoestima, ¿acaso no vale mucho más que todas las riquezas del mundo?

Caminos dudosos

Es lamentable que no se discuta o se razone sobre el amor (perdón, sí que se habla, está la prensa rosa, los amoríos del famoseo). Lo que mueve al mundo, asegura el amargado, es la codicia, la estupidez y el odio. No parece que sea el amor lo que mueva el sol y las demás estrellas. ¡Ah, Dante! "Tanto gentile e tanto onesta pare, la donna mia quand'ella altrui saluta..." La cultura inventa esta pasión, eleva el impulso animal, lo refina. Los grandes poetas han descrito el amor. Algunos novelistas son agudos psicólogos de esta pasión: Stendhal, Tolstoi, Flaubert. De pronto una persona nos atrae, tiene "un no sé qué", se convierte en una obsesión (qué torpemente me estoy expresando). El amor no es elocuente, balbucea; Quevedo, poco enamoradizo, escribió maravillosos poemas de amor. Es la pasión de Don Quijote que ve en una aldeana, Aldonza Lorenzo, (qué talento tenía Cervantes para bautizar a sus personajes) a la dama Dulcinea. Hablo del amor erótico, claro. Hay otras especies de amor: el de la madre a los hijos, que es abnegación y renuncia; el amor a algunos objetos o a un pobre animal. ¿Existe otra pasión que cause tanta alegría y tanto sufrimiento? Como dice Lope de Vega: "Desmayarse, atreverse, estar furioso" El amor es sutil, contradictorio, está lleno de sobreentendidos, es un juego secreto, muere de ausencia (o tal vez no). "An die ferne Geliebte", "a la amada lejana", se titula un ciclo de canciones de Beethoven. En nuestro mundo de masas (fútbol, publicidad, pornografía, terrorismo) no hay una gota de esta pasión. La Historia es un desierto de amor, nuestra sociedad también lo es. Vivimos tiempos cínicos e implacables donde, para sobrevivir, nos burlamos de los sentimientos tiernos. El amor es una pasión personal, toma a un individuo y lo convierte en un ángel. Es enemigo declarado de la realidad. El amor es celoso, inquieto, exigente, delicado, tiene tormentas y momentos deliciosos. Tristán e Isolda lo saben y la peluquera también lo sabría si no trabajara tantas horas (enamorarse no deja de ser un lujo). Puede ser noble, sacrificado, heroico. Pero tiene su lado oscuro. Hoy se habla de "violencia de género" (lo que antes se llamaba "crimen pasional") y de "maltrato psicológico". Cierto: el amor es una pasión peligrosa, es fuego, puede ser terrible, puede empujar al crimen y al suicidio. Dice un verso de Racine: "si Titus est jaloux, Titus est amoreux" "si Tito está celoso, Tito está enamorado". Pascal dijo: "tratemos de pensar mucho, éste es el principio de la moral". Tratemos de pensar en el amor entre anuncio y anuncio. Sin amor la vida es más tranquila, pero también más aburrida, más pobre y más triste. De mí puedo decir que lo he conocido: nada me hizo más feliz... ni más desgraciado. De su mano subí al cielo y bajé al infierno. Ausiàs March fue un gran poeta del amor: "lirio entre cardos" llamaba a su señora. Atravesando los peligros del mar va en busca de su amada, no sabe si su amor es correspondido, imaginamos lo inquieto que estará:
Veles e vents han mos desigs complir
faent camins dubtosos per la mar

El mosquito

¿Qué abandona a un ser vivo cuando muere? Es algo más que la vida. Ayer (¡ayer!) zumbaba un mosquito bastante grande en el baño (que es bastante pequeño, pero cabe un hombre desnudo y sus angustias). Ni idea de cómo vino a parar ahí. ¿Zumban los mosquitos? Da igual, sigo. Volaba, se estrellaba contra el espejo, me rozaba los ojos. Era molesto. Dí un par de manotazos, sin mucha convicción. La vida de un mosquito es corta. Los jainistas llevan un velo en la boca para no matar accidentalmente ni siquiera a un insecto, ya que toda vida es preciosa. Empieza a oscurecer. El punto de ebullición del agua. Qué bonita es la fórmula del benceno. Da igual, sigo. El mosquito estaba vivo ayer. (¡Ayer!). Hoy entré en el baño. Estaba en el suelo, quieto, inmóvil, inerte, exánime, con las seis patas dobladas. "Ahora que está muerto -pensé- me llama más la atención que cuando me molestaba" Lo recogí del suelo. Sentí un principio de lástima. Una emoción infantil. Muchos de nosotros enterramos de niños a un pájaro o un ratón con verdadero disgusto. Lo hicimos sin entender a la muerte (¿la entendemos cuando somos adultos?). Lo hicimos otorgando importancia a criaturas insignificantes, porque los niños no distinguen todavía. Ignoran el devastador, inmenso poder de la odiosísima muerte, por eso lloran por un simple ratón. Aunque la naturaleza nos trate de la misma forma -y ahí está el escándalo- los hombres no somos mosquitos. Gottfried Keller tiene un poema dedicado a la muerte de un insecto. Aunque parezca imposible ese poema emociona.

Las manos

¿Hizo la manija a la mano o la mano a la manija? ¿Pensó la puerta ser como es para resultarnos fácil?
Las manos son la herramienta por antonomasia: el instrumento de los instrumentos. ¡Cómo trabajan! No se cansan de asir, agarrar, señalar, hacer signos (saludan, ofenden, amenazan, ordenan). 
¿De quién son tus manos? Míralas bien y extráñate de ellas.
El ojo es más abstracto que las manos. Las manos tienen avidez por lo material.
Todo se construye con las manos: desde una vasija hasta un portaaviones. Con las manos se agarra el hacha del paleolítico, se usa el móvil, se toca el piano, se mueve el ratón, se cose una cremallera, se doma un caballo. Las manos llevan a la boca los alimentos, escriben, se tienden, manejan el volante.  Las manos infantiles excavan un pozo en la arena. Las manos miden distancias y tiempos. Las manos piensan. Las manos acarician y golpean. Nuestro destino está escrito en las manos. Contando las cosas con los dedos empezaron las matemáticas.
El sol asoma por la ventana, sube, no es mediodía aún. No tengo ojos para ver, veo porque tengo ojos.
Nada de lo que tenemos ha caído del cielo: lo hemos fabricado nosotros, con nuestras manos.
El sol es ciego. La naturaleza no nos conoce. Nuestras manos construyen una casa en mitad del vacío. El trabajo de las manos nos hechiza. Fuera del mundo que fabrican nuestras manos vamos a tientas.

Escaleras abajo

Nadie con un mínimo de experiencia podrá negar que este mundo es un circo en el que andan revueltos los felices y los desesperados. En algún lugar de Los Miserables, dice Víctor Hugo que en la misma calle en la que unos hombres se matan, otros juegan al billar. Se me ocurre otra imagen. Este mundo es un edificio: en el sótano se tortura, en la azotea se toma el sol. El camino del conocimiento es siempre escaleras abajo.

Distraídos, ausentes, torpes

Es conocida la anécdota de Tales de Mileto (lo mejor que nos dejaron los antiguos ha sido un puñado de anécdotas- una anécdota basta para revelar un carácter y justificar toda una vida) según la cual por ir mirando al cielo (de asuntos celestes entendía porque predijo un eclipse de sol, para pasmo de los mortales) el bueno de Tales cayó en un pozo. Una muchacha tracia, que vendría a representar la ignorancia en persona, al ver la torpeza de ese bobo se echó a reír. Torpes los sabios: no ven lo que tienen delante de los pies. Son como el albatros de Baudelaire, objeto de mofa de los marineros, del vulgo en general: "sus alas de gigante le impiden caminar"
         Otra anécdota: Tomás de Aquino comía en la mesa del rey Luis de Francia. Se pasó la comida callado, como de costumbre, abstraído, taciturno. De repente el "buey mudo" dió un puñetazo en la mesa y dijo en voz alta: "¡y esto terminará con los maniqueos!" La mesa debió de estremecerse, como el resto de los comensales, incluida Su Majestad. El filósofo no atendía a las conversaciones, su mente trabajaba en silencio y sin descanso. 
         Platón dice en uno de sus diálogos -el Teeteto me parece- que los jóvenes dotados para la filosofía parecen torpes a ojos del mundo. No saben desenvolverse en los asuntos cotidianos. El despiste de Newton era proverbial: una vez metió un reloj en una olla de agua hirviendo en lugar de un huevo. Estaba midiendo el tiempo que tardaría en cocerse (el huevo, no el reloj). ¡Qué tonto era Newton!