Superfluo y divino

Ahora está en un cuarto claustrofóbico, las paredes son sucias, no cuelga de ellas ningún cuadro de Van Gogh (piensa en Van Gogh y no en Picasso porque siente simpatía por ese desgraciado). Dentro del cuarto, en una esquina, hay una caja fuerte. Es admirable la inteligencia humana. La caja es su función: guardar algo valioso en su interior. Es, por tanto, maciza, hermética. Sólo puede abrirla quien conozca el secreto de la clave. Nos movemos entre objetos que no fueron pensados ni fabricados para nosotros, entre cosas prestadas. ¿Quién hizo las ropas y el calzado que llevamos? ¿Quién hizo nuestro cuerpo? Iluminado por el asombro, descubre la trampa en la que se encuentra y se mete dentro de la caja fuerte. Desprecia la electricidad, aunque admite su incalculable valor: nada funciona sin ella. Bien. La cosa avanza. Sigamos. Se cierra sin pillarse los dedos. Aspira a ser feliz. Tiene autoestima, ¿acaso no vale mucho más que todas las riquezas del mundo?

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