Whitman entre cadáveres

¡Aquí el gran narrador de América!
La pantalla de Google images llena de sus fotos: 
desde la juventud hasta la vejez.
Moreno, joven, con gafas redondas.
El tiempo le desgasta, el tiempo le desgasta.
Viejo, calvo, sin gafas. Una joven 
muy guapa le mira embelesada. 
¿Sería su mujer? ¡Qué envidia!
Fotos de una larga vida: los oscuros principios,
la fama y el escándalo.
Mucho trabajo, muchos viajes, muchas mujeres.
Un par de guerras mundiales por medio.
Son las fotos de toda una vida, 
la larga vida de un gran escritor.
Trazan una trayectoria personal borrada. 
Un destino anulado. 
Decisiones. Renuncias. Laberintos.
Hace mucho que ha muerto. 
Ni Dios se acuerda de él 
ni de sus obras.

Mesa de novedades

Tengo por costumbre mirar si hay una cita al principio de una novela que desconozco. Generalmente es lo único que leo de las novelas que se publican hoy: "por sus citas los conoceréis" (cuántas paráfrasis se hacen de los Evangelios, son una mina de paráfrasis). Me basta ver la cita elegida para deducir la categoría del escritor. 
        Entro en una librería. Tomo de la mesa de novedades un libro: La cura de Schopenhauer, de un escritor norteamericano. Esta novela se abre con una cita del filósofo, aunque no se indican ni el lugar al que pertenece ni el autor. Dice: "cada respiración nos defiende de la incesante invasión de la muerte, con la que luchamos cada segundo, y de nuevo, en intervalos más largos, con cada comida, cada vez que dormimos, etc. Al final la victoria es suya, pues somos sus víctimas ya desde el nacimiento. Ella juega un rato con su presa antes de devorarla. Nosotros continuamos nuestra vida, mientras tanto, con enorme interés y mil cuidados, tanto como sea posible, como se sopla una pompa de jabón, empeñados en inflarla al máximo, durante el mayor tiempo, aunque con la firme certeza de que estallará"
      Leo la cita y cierro el libro. ¿Qué más necesito leer después de esto? Y con esta frase resonando en la cabeza salgo de la librería llena de novedades.

Anochece

Se encienden las farolas. La calle resuena con el ruido de los cubos de basura vacíos que deja el camión. Hacen un ruido hueco, de cubos vacíos. Los basureros reflectantes los golpean contra el suelo para separarlos, los tratan con dureza. Dentro de unas horas estarán llenos de bolsas de plástico llenas de desperdicios y algún tesoro sin brillo. De madrugada los recogerán, pesados, sin sonar a hueco. Ahora un niño, del otro lado de la calle, contagiado de ruido, da patadas a uno de los cubos huecos.

Cuaderno expresionista

Un par de poemas de Jakob van Hoddis, gaseado en 1942 (se ignora la fecha) por los nazis:
 
Arroja el ancla
no en lo profundo
del lodo de la tierra
sino en la altura
del azul del cielo
y tu barquilla
atracará felizmente
en la tormenta.
 
El siguiente poema, de corte apocalíptico, abrió la célebre antología de poesía expresionista preparada por Kurt Pinthus en 1919 "El crepúsculo de la Humanidad" que tuvo el honor de ser quemada en 1933 en la Bücherverbrennung (quema de libros) nazi. Los nazis tenían un talento enorme -y negativo- para el arte y la literatura pues quemaron y destruyeron las obras realmente valiosas. Este poema está tan vivo como el día en que se escribió. Fue publicado en 1911 en la revista "El demócrata" de Berlín.
 
FIN DEL MUNDO
 
Al burgués le vuela el sombrero de la cabeza puntiaguda,
por el aire retumba una especie de grito,
los techadores caen y se destrozan
y en las costas -se lee- sube la marea.
 
Llega la tormenta, los mares salvajes brincan
a la tierra para aplastar los gruesos diques. 
La mayoría de las personas están acatarradas.
Los trenes se caen de los puentes. 

Obreros jodiendo en la facultad

Los obreros reciben órdenes. Los obreros no saben que son clase obrera. Es como si un pulpo supiera que es un molusco cefalópodo: eso lo sabe el zoólogo, no el pulpo. Los obreros tienen que quitar el cajero automático, empotrado en la pared de la fachada, y cambiarlo por otro más moderno, más seguro, mejor anclado al suelo. Para retirar el antiguo trasto -bastante más feo que un piano- los obreros usan un martillo pneumático. La pared es de hormigón, con hierros de encofrado que tienen que cortarse con una radial. El cajero está en el edificio de la universidad. No llevan cinco minutos con ese arma de demolición sonora cuando llega un administrativo de la facultad: una profesora se queja. Deben parar inmediatamente. El ruido molesta, así no se puede dar clase. No sólo es el ruido, son las vibraciones. Así no se puede comentar la égloga de Garcilaso, el poeta muerto de una pedrada. ¿Qué van a hacer los obreros? Dejar la máquina infernal, esperar a que termine la actividad docente, pasadas las ocho de la tarde. Volverán a esa hora, para continuar la demolición y el trabajo que queda pendiente. No terminarán antes de las doce de la noche. Por ruidosos. Por brutos. Por tener las manos gruesas y ásperas.
       Y tú, que no eres ni obrero ni profesor universitario, ¿de quién estás más cerca? De los obreros. Quizá eres ese obrero que lee y hace preguntas en el poema de Brecht. Hofmannsthal dice: "algunos, es obvio, tienen que morir abajo, donde los pesados remos de las naves rozan. Otros habitan junto al timón arriba, conocen el vuelo de las aves y las regiones de las estrellas"

Nocturno

Haces de luz de coches solitarios iluminan las rocas altas del desfiladero. Juegos de luz, enajenación y delirio, en este lugar tenebroso. No se oye más que la corriente del río. La carretera no lleva a ningún lugar, más que a la aniquilación. Detrás de los montes asoma la luna. Se recorta el diente de sierra del perfil de los montes, una silueta oscura de perdición. Un jirón blanco de niebla baja de la ladera abrupta. Hay una casa triste al borde la carretera, una luz insignificante; dentro se oye el llanto de un niño. Las gotas de lluvia golpean las hojas de los árboles. ¿Qué quiere decir ese rumor? ¿Está a punto de pasar otra desgracia? Como un animal salvaje, los sentidos despiertos. La amenaza es permanente.
        Tú, caminante perdido, a deshora, obsesionado, en este lugar fantasmal cargado de presagios, siniestro laberinto, vuelve a la habitación solitaria y ajena. La vida es una mala noche en una mala posada. Ya en el lecho, avanzada esta noche de noviembre, te despertará un mal sueño: alguien te pedirá que apagues la luz, cada vez con más furia, y tú no sabrás cómo.

Georg Trakl

Un 3 de noviembre de 1914, tal día como hoy, murió a los 27 años Georg Trakl. Si tenemos el sufrimiento pero nos faltan las palabras podemos ir a buscarlas a este poeta, porque si alguien tuvo una vida desgraciada y miserable fue este poeta genial. Un año antes de su muerte, escribió, noviembre de 1913 desde Viena, mientras solicitaba un empleo en el ministerio del Trabajo, una carta a su gran amigo Ludwig von Ficker (que merece un monumento por su lealtad y su ayuda) en la que le decía: "en los últimos días me han ocurrido cosas terribles de cuya sombra no podré librarme en toda mi vida. Si, queridísimo amigo, mi vida se ha roto en pocos días  de una forma indecible y sólo me queda un inefable dolor al que incluso se le niega la amargura... ya no sé ni lo que hago. Es una desgracia sin nombre cuando a uno se le parte el mundo en dos. Oh Dios mío, qué sentencia ha caído sobre mí. Dígame que aún debo tener fuerzas para vivir y hacer lo verdadero. Dígame que no me equivoco. Esto es una oscuridad de piedra. Oh, amigo, qué pequeño e infeliz me he vuelto" En agosto de 1914 estalló la primera guerra mundial, que era lo que le faltaba. Trakl fue movilizado y enviado al frente de Galitzia para que atendiera, como sanitario, a los heridos en el combate. No pudo soportar tanto horror y tomó una sobredosis de cocaína.

Día de los difuntos

Con la modernidad se perdió la esperanza en la vida eterna (y el pavor al infierno). Pero somos únicos (con permiso de Hegel y Marx) y esto es lo que hace irrepetible nuestro transcurrir en el tiempo. ¿No amamos a nadie al que la muerte arrebató? ¿No vimos el caleidoscopio de su rostro, no oímos su voz, no apreciamos sus gestos, el iris de sus ojos, el misterio que encerraba? Vive esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la tierra!
      En el siglo XIX aparecen las masas. En el XX se desarrolla esta tendencia. Surge el "se" impersonal, el "tú" abstracto de la publicidad, el sujeto pasivo del fisco, el objeto que graban las cámaras y al grabar lo cosifican. La vida ya no vive. Todo esto arrastra por tierra ese valor infinito (digamos infinito) que tendría un individuo; el carácter de cada ser, irreductible a todo. Nuestra vida cotidiana es una inmersión poderosa en el océano de la insignificancia: se nos dice de mil modos que, como individuos, no valemos nada, que somos prescindibles. Importa el drama: los actores son circunstanciales. La TV sigue encendida cuando todos están muertos en la casa. El hormiguero de la gran ciudad. Los muertos anónimos de los sucesos. La Babel de un aeropuerto. Groenlandia totalmente asfaltada y con arbolitos cada cinco metros. La megalópolis planetaria. Los vastos cementerios bajo la luna.
       Todo lo que llega a ser quiere permanecer siendo (el conatus, de Spinoza); ahora bien, los hombres tenemos, si esto es así, un enemigo terrible: la muerte. Porque si la muerte significa la aniquilación total de nuestra persona, entonces, ¿qué broma es ésta? Maldita la gracia. Es para poner el grito en el cielo. "Porque si los muertos no resucitan, ni Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe, aún estáis en vuestros pecados. Y hasta los que murieron en Cristo perecieron. Si sólo mirando a esta vida tenemos la esperanza puesta en Cristo, somos los más miserables de los hombres" Esto escribió San Pablo. En el libro sobre la Trinidad dice San Agustín, con su pasión y elocuencia: "Y si quieren ser dichosos, sin duda no anhelan que su dicha se esfume y perezca. Sólo viviendo pueden ser felices; por consiguiente, no ansían que su vida fenezca. Luego todo el que es verdaderamente feliz o desea serlo, quiere ser inmortal. No vive en ventura quien no posee lo que desea. En conclusión, la vida no puede ser verdaderamente feliz si no es eterna". ¡La vida eterna! Comparado con esto las ambiciones de la ciencia -que es una empresa admirable- parecen muy pobres, y la ciencia es la diosa de nuestro tiempo. Esta afirmación puede ponerse en duda: la diosa de nuestro tiempo es la economía; es decir, una miseria. Muy bien: aquello de la inmortalidad era un cuento chino. Ahora serán los chinos los que nos cuenten otro cuento: cómo se construye una gran potencia económica que nos ponga a todos de rodillas.
      Pascal dijo: "me parece bien que no se profundice en la opinión de Copérnico pero esto... importa para toda la vida saber si el alma es mortal o inmortal" Pascal estaba en una encrucijada. Tomó el camino que terminó llenándose de maleza.