En la sala de cine

Estoy en una sala de cine sentado en las filas de atrás, en una esquina. Entré para pasar el rato. Hay bastante gente. Por un momento desvío la atención de la película -que no es gran cosa- y me fijo, con la sensación de hacer algo extravagante, en los espectadores que me parecen bastante más interesantes.

El drama de la vida

O curas hominum! O quantum est in rebus inane!
 
Cervantes, Galdós, Baroja, Dickens, Hugo o Tolstoi debieron de tener un fino oído, una grabadora de conversaciones pilladas al vuelo mientras recorrían las calles de sus ciudades, capitales del mundo. Debieron de ser buenos paseadores, de largas caminatas; grandes observadores, muy curiosos del fenómeno humano. Cada una de esas personas con que se topaban era el centro del universo para sí misma (eso ya se sabe) todos decían -decimos- "yo". Yo: Cualquiera. Cualquiera es un personaje del gran drama de la vida. El gran teatro del mundo. No creo que esos monstruos de la narrativa pudieran realizar su trabajo de campo, espejos a lo largo de un camino, sin que dejaran de lado sus prejuicios y opiniones personales; qué digo, sin que se vaciaran de sí mismos, sin dejar de lado su "yo". Observando se olvidaban. Miraban con igual interés un entierro que una embarazada; un grupo de niños que una vieja solitaria; un albañil, un mendigo que un ministro. Ninguna vida les parecía poco interesante. Su mente abarcaba multitudes. 
      Todos somos personajes efímeros de un vastísimo teatro. Es rara la persona que observa y no corre tras sus propios intereses. Platón llamó a los filósofos "amigos de mirar". Quien contempla lo que otros hacen se coloca automáticamente en un plano superior. 
      A esta teoría improvisada de la novela podrían añadirse unas gotas de filosofía hindú: nuestro "ego" es sólo apariencia, el Atman y el Brahman se identifican. ¡Adiós a nuestros sufrimientos, vanidades y esperanzas! ¡Qué importa nuestra vida, nuestra suerte y nuestra muerte! Nadie es imprescindible. Infinitas cosas suceden sin contar con nosotros porque estamos ausentes, somos seres limitados en el espacio y el tiempo. Olvidar las miserias propias del individuo que somos, disolverse en la multitud y en el continuo de la naturaleza. ¡Qué enorme alivio! 
        El Estado, el Poder, son un panóptico. Ellos nos cuentan, nos controlan, nos registran y nos identifican con implacable y fría mirada. No les interesa de nosotros más que lo superficial, nuestra cáscara por decirlo así. La ignorancia de estas cosas nos hace infelices. ¡Oh preocupaciones de los hombres, cuánta futilidad hay en el mundo! Muy sabio aquel latino.

Haciendo de crítico de cine

La película "Suburbicon" dirigida por George Clooney, sobre un guión antiguo de los hermanos Coen es repelente. No voy al cine para juzgar las películas después, pero esta me pareció tan tonta que es caso aparte. Vamos a satirizar la sociedad americana de los años 50, que no es oro todo lo que reluce. Pero hacer una sátira es relativamente fácil: no hay sociedad o persona que se libre. ¿Qué nos importa la América de los 50? La América de los 50 nos queda lejos, aunque el ser humano no cambia. ¿O sí? ¿Es acaso perfectible? ¿Camina hacia la luz? De Eisenhower a Trump. Un hombre vil se compincha con su cuñada para matar a su mujer, cobrar el seguro de vida y empezar "de cero" en una isla del Caribe. Para llevar a cabo tan heroica empresa contratan a dos matones que le extorsionan después. Todos mueren al final menos el hijo, un niño pequeño que representa la América del futuro, integradora, plural, sin prejuicios raciales. 
        En este bodrio fílmico se retratan la maldad, el crimen, la perfidia, el odio, la muerte como si fueran un juego. Será que no tengo humor para entender la "comedia negra" Esta película parece escrita y dirigida por una niña de 10 años o por un imbécil.

No fueron honras fúnebres

Un par de pobres, oscuras antorchas que la tormenta
y la lluvia amenazan apagar en cualquier momento.
Un tembloroso paño cubre el ataúd. Vulgar féretro de pino,
sin corona, ni la más mezquina, ningún acompañante.
Como si se llevara rápido a la tumba a un sacrilegio.
Los porteadores se apresuraron. Sólo un desconocido
con un abrigo que se doblaba en amplios y nobles pliegues
siguió el ataúd que era el del genio de la Humanidad. 

Conrad Ferdinand Meyer describe secamente el entierro de Schiller. Podría imaginarse un funeral importante. No fue así. De furtivo que fue podría decirse que "no lo acompañó ningún sacerdote".

La vejez vista por un viejo

Aquel no es país para viejos, los jóvenes en los brazos unos de otros, pájaros en los árboles -esas generaciones moribundas- en su canción; cascadas de salmones, mares poblados de caballas, peces, carne, aves, elogian a lo largo del verano lo que se engendra, nace y muere. Atrapados en esa música sensual todos descuidan monumentos del intelecto imperecedero.
Un hombre viejo es una cosa miserable, un abrigo andrajoso en un palo a no ser que el alma bata palmas y cante, y cante en voz alta, por cada jirón en su mortal vestido. No hay otra escuela de canto sino estudiar monumentos de su propia magnificencia. Y por eso navegué los mares y llegué a la ciudad sagrada de Bizancio. 
Oh sabios que estáis en el divino fuego de Dios, como está el oro en el mosaico de una pared, venid desde el fuego divino, girando en la espiral, y sed los maestros cantores de mi alma. Consumid mi corazón, enfermo de deseo, atado a un animal agonizante, no sabe lo que es, y juntadme al artificio de la eternidad.
Cuando esté fuera de la naturaleza nunca volveré a tomar mi forma corporal de ninguna cosa natural, sino la forma que dan los orfebres griegos con oro martillado y esmaltado de oro para mantener despierto a un emperador somnoliento, o la que ponen en una rama dorada para cantar a los señores y damas de Bizancio lo que pasó, lo que pasa y lo que vendrá. 
 
Dicho así, en pedestre traducción, no suena mal: las ideas son magníficas. Cuánta renuncia, cuánta nostalgia, cuánta lucidez. En el inglés de W.B. Yeats el poema es maravilloso. 

Autobús urbano

El autobús urbano -en esta ciudad no hay tranvías- es un buen lugar para observar las clases sociales. Lo primero que llama la atención del viajero son los usuarios de este servicio: estudiantes y mujeres. No hay hombres adultos. Es decir, quienes utilizan el autobús urbano son gente con pocos recursos económicos; el autobús es cosa de pobres. ¿Qué hacen los viajeros? Si son chicos conversan en voz alta, ebrios de su juventud, sobre arduas cuestiones escolares. Alguno habla de su padre, otro discute de fútbol. Muchos viajeros van absortos en sus móviles o llevan auriculares. Ninguno lleva un libro (al menos yo no he visto a nadie practicar la lectura, España es enemiga de este ejercicio civilizado, España es un país de brutos). Al cabo de unos cuantos viajes uno ya se convierte en cualquiera de estos viajeros habituales y se mimetiza, se torna indiferente. Deja de observar, bosteza, mira por la ventana. ¿A qué me recuerda esto? El autobús es el mundo.

Parking gratuito

Comencé a explicar el argumento de una película. Tuve que interrumpirme. No encontrábamos el coche. El aparcamiento estaba lleno. Todos los coches se parecen, igual que sus ocupantes y propietarios, eso hacía difícil la operación de búsqueda. A todos nos ha pasado alguna vez. Quien nunca tuvo dificultades en encontrar su coche en un parking es un monstruo. Son cosas de la edad adulta, por otra parte. Era de noche ya. ¡Hombre, la noche! Qué costumbre tan simpática. Momento decisivo: "Lo dejaste junto a un arbolito" eso fue la pista fundamental, lo que nos puso en el camino de la victoria. Un cuento fantástico seguiría diciendo que nos quedamos eternamente en ese aparcamiento, buscando el coche. Pero no fue así. Estábamos eufóricos, ebrios de triunfo. Nunca terminé de explicar el argumento de aquella película.